
Y tenía que encontrarla como se encuentra a las mujeres que han de arruinar nuestra vida: por casualidad, en la hora del aburrimiento, que es la hora de los grandes, estúpidos e irremediables peligros.
Y tenía que encontrarla como se encuentra a las mujeres que han de arruinar nuestra vida: por casualidad, en la hora del aburrimiento, que es la hora de los grandes, estúpidos e irremediables peligros.
Estamos a 106 millas de Chicago, tenemos el depósito lleno, medio paquete de cigarrillos, es de noche y llevamos gafas de sol.
La morfina pega primero en la parte de atrás de las piernas, luego en la nuca, y después se extiende una gran relajación que despega los músculos de los huesos y parece que uno flota sin límites, como si estuviera tendido sobre agua salada caliente. cuando esta relajación se extendió por mis tejidos, experimenté un fuerte sentimiento de miedo. tenía la sensación de que una imagen horrible estaba allí, más allá de mi campo de visión, moviéndose en cuanto volvía la cabeza de modo que nunca podía verla. sentí náuseas; me tumbé y cerré los ojos. pasaron una serie de imágenes, como si estuviera viendo una película: un enorme bar con luces de neón que se hacía más y más grande hasta que calles y tráfico quedaron incluidos en él; una camarera traía una calavera en una bandeja; estrellas en el cielo claro. el impacto físico del miedo a la muerte; el corte de la respiración; la detención de la sangre.
No puedo explicarte lo que es el mono, aunque me lo pides. Es inexplicable e inconcebible para quien no se lo ha apechugado. Es la tortura y el castigo he- chos a la medida de la infamia del vicio. La nariz se te forra de murciélagos. Te salen litros de mo- quillo líquido que sabe a rayos. La saliva te llena la boca de un caldo de orín fermentado con ácido sulfúrico. Todo te duele con diez tanques. Los ri- ñones se te infestan de ratas que te carcomen los nervios. En las articulaciones de las rodillas, de las muñecas, de los codos, de los tobillos, para qué contarte? En cuanto te mueves y en cuanto no te mue- ves... da igual... Se te mete la cremallera de pin- chos para arriba y para abajo. Se te ponen los nervios de rejones. Tienes un cabreo de sesión con- tinua. La cabeza cencerrea y se te rompe la crisma erre que erre. El insomnio te encapota 24 horas por día. Ni soñar con dormir. Las noches son peores que los días, y viceversa. Se me olvidaba decirte que los ojos se te salpimentan solos y con chile negro. Lagrimeas vinagre y bilis sin poder llorar. Desde la punta de la cebolleta hasta la campana de la mo- londra se te pone la carne de gallina sin necesidad de condiciones atmosféricas.
Para Jeremy, la experiencia directa e inmediata era siempre difícil de captar y siempre le producía una cierta desazón. La vida se tornaba segura y las cosas adquirían significado sólo cuando se habían convertido en palabras y quedaban confinadas entre las cubiertas de un libro.
"(...) Pensó en la incomprensible secuencia de cambios y azares que componen una vida, en todas las bellezas y horrores y absurdos cuya conjunción crea el esquema, imposible de interpretar, pero divinamente significativo, del destino humano." (La isla, 1962.)
Rojo. El carmín en los labios de mi vecina. La mancha de tomate en tu camisa. La nariz del payaso. Tu corazón...
Azul. Mi plumero se me ve. La pared de tu habitación. Nuestros cepillos de dientes. El cielo...
Amarillo. La yema de un huevo. El girasol. Tu pelo. La carta que me escribiste...
Verde. La lechuga en la ensalada. Tus ojos. El chicle de clorofila pegado a la suela de tu zapato. Mi esperanza...
Te como una y cuento veinte.
Comenzó el ritmo bronco, nos desvestimos y nos pusimos a danzar como locos. Pronto los espectadores siguieron nuestro ejemplo. Comprendí que todo podía ser danzado. Que la realización artística era el resultado de apasionadas elecciones. Se nos ofrecía pastel, no teníamos más que verlo, tomar una porción y comerlo. Era la galleta de Alicia: al comerla, ella se agrandaba o empequeñecía. Así era la vida, el arte, un asunto de visión y elección. Y en lo negativo, acabé por comprender, sucedía lo mismo. El espíritu de autodestrucción le presentaba al individuo un menú con todas las enfermedades, físicas y mentales. El individuo elegía su propio mal. Para curarlo había que investigar qué lo había inclinado a elegir este problema y no otro.
"Dios, dicen, está en todas partes. No tiene gran mérito: la coca-cola también."
Un bosquimano que vive con su gente en el desierto de Kalahari, lejos de toda civilización, ve caer del cielo una botella vacía de Coca-Cola. Para él y los suyos este objeto desconocido es algo de los dioses. Primero todos están interesados y contentos, pero pronto la botella se convierte en objeto de discordia, por lo que el bosquimano decide llevarla al extremo de su mundo conocido, para que no ocasione más disputas.
"Nada ansío de nada,
mientras dura el instante de eternidad que es todo,
cuando no quiero nada."
Llegó. Arrojó su sombrero sobre el sillón. Esa era su rutina diaria. El día que no lo hizo, comprendió su inutilidad y quemó el sombrero.
Ahora arroja su bufanda.
"El gilipollas por definición lo es de cuerpo entero. Se es gilipollas como se es pícnico, barbero, coronel, sastre, canónigo o notario: de una manera genérica y vocacional."
Un sistema del desvínculo: El buey solo bien se lame. El prójimo no es tu hermano, ni tu amante. El prójimo es tu competidor, un enemigo, un obstáculo a saltar o una cosa para usar. El sistema que no da de comer, tampoco da de amar: a muchos condena al hambre de pan y a muchos más condena al hambre de abrazos.
"Si ocurre algo malo, bebes para olvidar. Si ocurre algo bueno, bebes para celebrarlo. Y si no pasa nada, bebes para que pase algo..."
Era un hombre precavido. Guardaba en la mesita de noche la carta al juez, una pistola con dos balas, por si fallaba la primera, un libro de Pavese y un paquete de condones, por si también fallaba la segunda bala y la suerte comenzaba a cambiar.
Y antes Lorca: "Mamá. Yo quiero ser de plata. Hijo, tendrás mucho frío. Mamá. Yo quiero ser de agua. Hijo, tendrás mucho frío. (...)" Y ahora yo: Mamá. Yo quiero ser guitarra.
"Je suis la plaie et le couteau!"
"¡Yo soy la herida y el cuchillo!"
Quizás cambie los muebles de sitio y dé una mano de pintura a esta vida mía gris, suba las persianas de mis párpados, para que los rayos del sol sequen mis lágrimas de barniz.
Así mi vida cuando todo se junta, pero mi rima loca educa y no caduca nunca, y es tal la ventaja que les llevo, que para ponerme a su altura tendría que empezar de nuevo.
Cuando veo un muerto, la muerte me parece una partida. El cadáver me da la impresión de un traje abandonado. Alguien se fue y no necesitó llevar aquel traje único que había vestido.
Nadie es un ganador en todo momento, y cualquiera que diga que lo es, o es un mentiroso o no juega al póquer.
El escritor es la chica del bar y el amante de la chica del bar, el gángster y el policía, el homosexual y el fascista, el marxista y el heterosexual, la víctima y el asesino. El asesino de mi novela es el escritor. Es decir, yo. Y si no soy detenido en las horas que siguen a esta revelación es que ya no puedes fiarte ni de la literatura.